encontrándome con mi hijo adolescente


Por: María Francisca Capistrán Lagunes, pedagoga y psicoterapeuta.

 

¿“Encontrándome” con mi hijo adolescente? ¡Claro que nos encontramos!, a diario, y muchas veces nuestros encuentros no son precisamente agradables…

Su conducta ya no es la del niño que podías controlar, está cambiando en esta etapa de su vida, y al mismo tiempo, algo pasa contigo, empiezas a sentir malestar, enojo, temores, dudas… Como Martha, a quien le encantó tener a sus hijos, ocuparse de ellos, jugar y hacer cosas que les gustaban. Pero desde que son adolescentes, todo ha cambiado, parece que la situación empeora. Ella grita por cualquier tontería y a veces no se reconoce. Se siente particularmente tensa con su hija Beatriz de quince años; entra a su habitación sin que ella la llame o invite y hasta revisa su whatsapp.

Al hablar Martha de cuando ella tenía quince años su expresión cambia. Recuerda que a esa edad su mamá revisaba sus cosas, criticaba constantemente su forma de vestir, la interrogaba sobre a dónde iba, con quién iba y qué hacía; recuerda que se sentía incómoda cuando la  revisaba con la mirada,  con la intención de encontrar algo incorrecto. Y así… el recuerdo empieza a tener sentido. Martha descubre cómo lo que ella vivió tiene impacto en su relación con su hija. Sin saber por qué, había empezado a mirar a su hija con ojos de duda y se justificaba a sí misma alegando los riesgos que implica la adolescencia. ¿Por qué a veces soy tan dura con ella, se preguntaba?, a veces excesivamente.

A partir de ese momento empezó a mirar los excesos a que había llegado con su hija con otros ojos; se estaba repitiendo lo que ella había sufrido y ante lo cual no había podido rebelarse, llegando incluso a sentirse culpable por enojarse tanto en algunas ocasiones.

De manera contraria a Martha, algunas mamás y papás reaccionan con excesiva permisividad, lo cual está lejos de ofrecer a sus hijos adolescentes alguna forma de protección, y de brindarles el apoyo que necesitan para llegar a ser responsables, independientes y seguros de sí mismos.

¿Se puede hacer algo para corregir esas situaciones, no sólo en la adolescencia sino en cualquier edad de los hijos? En primer término, hay que señalar que corregirlas implica un gran esfuerzo, y que éste vale la pena por el bienestar de los hijos y de toda la familia, y que para escucharlos y sentirnos más unidos, debemos primero aprender a escucharnos a nosotros mismos.

Nuestras reacciones pueden estar más motivadas por nuestros propios sentimientos, que por el comportamiento real de nuestros hijos, a quienes podemos convertir en prisioneros de una historia de la que no son responsables. A lo largo de nuestra vida, pudieron haber sucedido acontecimientos que la marcaron, como un divorcio, la muerte de una persona significativa, un cambio de residencia… O tal vez tuvimos dificultad para comunicarnos con nuestros padres, sufrimos acoso de algún compañero de la escuela o simplemente llegamos a sentirnos mal por algo que nos pasó… O quizás en el presente tengamos dificultades o preocupaciones que no sepamos manejar. Situaciones como éstas, suelen reactivarse ante circunstancias o conflictos específicos con los hijos, seamos o no conscientes de ello.

 

ENCONTRARNOS CON NUESTRO HIJO O HIJA ADOLESCENTE

Va más allá de enfrentarnos con él o ella ante las nuevas situaciones que surgen cotidianamente. Es una oportunidad, no sólo para reorientar nuestra relación con ellos y apoyarlos en esta etapa de su vida, sino además para mirarnos a nosotros mismos y darles la oportunidad de que nos conozcan. Escucharnos y revisar nuestra propia historia nos puede ayudar, no sólo a amar más y comprender mejor a nuestros hijos, sino a concederles la verdadera libertad para que lleguen a ser ellos mismos y no los ejecutores de nuestra historia inconclusa.

Es cierto que haríamos cualquier cosa por ellos, quisiéramos ser amor y ternura todo el tiempo, pero esto no siempre es posible. Ser mamá o papá es una tarea nada sencilla y cuando los hijos son adolescentes puede volverse aún más complicada, ya que en esta etapa suelen agudizarse las dificultades que no se resolvieron en alguna etapa anterior del desarrollo y surgir algunas que son propias de la adolescencia.

Cuando la comunicación se hace difícil, cuando las discusiones estallan con demasiada frecuencia, es útil preguntarse: ¿Qué me pasaba a mí a esa edad?, ¿por qué me pasa esto ahora? El distanciamiento entre padres e hijos es un indicio muy claro; tan pronto como empiece ese distanciamiento, es necesario preguntarnos qué  nos está alejando de ellos.

Frecuentemente las mamás y papás se culpan y se preguntan ¿qué hice mal? Sin embargo, más que culparse, es conveniente que compartan sus dudas, preocupaciones y sentimientos con otros padres, que platiquen con alguien de su confianza, que busquen apoyo y que se permitan reconocer lo que están sintiendo respecto al comportamiento de sus hijos. Y algo muy importante, es que papá y mamá platiquen con ellos sobre su propia infancia y adolescencia; no tienes que decirles “todo”, puedes compartirles las dudas que tuviste, tus angustias, tus sueños, tus indecisiones, tus deseos frustrados, tus logros… Al recordar y platicar sobre tu propia adolescencia, podrías comprender mejor al hijo que tienes enfrente y que tal vez “has dejado de ver”, por estar tan preocupado en corregirlo, y así permitirle hacer contacto con una mamá o papá que también busca respuestas.

 

mi hijo adolescente

 

Algunas preguntas que puedes plantearte, para empezar a hacer tus propias y muy personales reflexiones, son las siguientes:

  • ¿Cuáles son mis creencias en cuanto a la educación de los hijos y cuáles fueron las de mis padres?
  • ¿Cómo reacciono ante el comportamiento que no me gusta de mi hijo o hija, sus deseos, sus arrebatos, cuando tiene problemas, sufre o llora?
  • En estos momentos de  mi vida, ¿qué quisiera haber logrado o estar haciendo, al margen de mi rol como padre o madre?
  • ¿Qué recuerdos tengo de mi propia adolescencia, que puedan estar influenciando la relación con mis hijos?
  • ¿En qué circunstancias me siento impotente, frustrado(a) o sin argumentos, al comunicarme con ellos?
  • ¿Cuáles son nuestros puntos fuertes, es decir, lo que más me gusta de nuestra relación?
  • ¿Qué tendría que cambiar YO, como mamá o papá, para que comenzáramos a desarrollar un vínculo más cercano y positivo?…

Las respuestas honestas y objetivas a estas preguntas,

pueden ser el primer paso hacia un VERDADERO ENCUENTRO con mi hijo o hija adolescente.

Recordemos que “no hay padres perfectos”, sin embargo,

SÍ se pueden corregir los errores y ahora puede ser el momento justo de empezar.

 




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